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Muy bueno... Podeti...


Escribe el Dr. Arturo Ribeiro Paz
Constitucionalista Salvaje y Escritor de Cartas a los Diarios


Sr. Director:

En el transcurso del día 3/8/08, haciendo uso de los derechos constitucionales que puede ejercer cualquier ciudadano de cualquier país normal del mundo, decidimos con mi mujer realizar la experiencia de remontar un barrilete en completo estado de ebriedad, para lo cual nos “bajamos” (como dicen los chicos de ahora) medio “tubo” (como dicen los chicos de ahora) de ginebra marca “Llave”. Por algún motivo, mientras realizábamos la experiencia en un parquecito de la Costanera Norte –que es menester decirlo, se encuentra en un estado deplorable, lleno de residuos, de cosas con las cuales tropezarse y se mueve mucho- decidimos que sería la mar de entretenido montarnos en la Calesita que se encuentra en el Parque Rivadavia, sito en el barrio porteño de Caballito.

Pero, ¡cuán grande no sería nuestra indignación, Sr. Director, al leer en dicho artefacto sendos carteles indicadores –que demuestran que el patoterismo y la inconstitucionalidad se han adentrado en los resquicios más insospechados de nuestra Sociedad- donde se leía, en uno, “Los adultos no pueden subir a la Calesita”, lo que resulta a todas luces discriminatorio y en el otro, “Prohibido comer en la Calesita”, lo que directamente atenta contra el derecho CONS-TI-TU-CIO-NAL de salvaguardar la propia salud! A instancias de mi mujer, que me aconsejó que “le digas algo, decile algo, no puede ser, no te hacés respetar, mi papá tiene razón, al final todos te pasan por encima, qué poco hombre que sos” amenacé con pedir un recurso de amparo y el hombre cedió; pero entonces nos vimos ante el intríngulis, Sr. Director, de no tener en ese momento ningún tipo de vitualla con la cual ejercer nuestro derecho básico POR LEY de comer en la Calesita.

Y aquí empiezan nuestras desventuras, Sr. Director, porque luego de dirigirnos a un local gastronómico ubicado en la Av. Rivadavia y ordenar, yo un lomo a la pimienta con papas a la crema y mi mujer unos canelones a la Rossini para llevar, comprobamos con estupor que la cuenta ascendía a $64, cifra que hubiéramos estado dispuestos a pagar de contar con ella; pero como no era este el caso, entendimos -tal como el reciente conflicto agrario nos hizo reflexionar- que se trataba de una medida CON-FIS-CA-TO-RIA.

Así, le recordé al cajero del local que es completamente anticonstitucional que “las fortunas de los argentinos queden a merced de gobiernos o persona alguna” (Art.29), y que quienes consientan esto serán “reprimidos con las penas establecidas en el artículo 215 para los traidores a la patria” (Art. 227 del Código Penal); como evidentemente el pago de los alimentos mencionados disminuiría de un modo inaceptable –desde el punto de vista de la aceptabilidad personal- mi propia fortuna, las conclusiones del caso eran obvias. El muchacho, evidentemente un constitucionalista aficionado, me recordó que tal artículo se refiere a los posibles abusos del Poder Ejecutivo; y yo le contesté que el local nos estaba cobrando el IVA, ejerciendo el papel de “agente retentivo” (en su acepción no urológica) y por lo tanto se lo podía considerar de alguna manera como una oficina de la AFIP (Por supuesto, me negué rotundamente ante su oprobiosa sugerencia de no cobrarnos el IVA).

Indignados por el trato que se nos dispensó en el lugar, del que debimos huir gritando y aullando y devorando nuestras vituallas mientras corríamos y despedazábamos transeúntes, decidimos recluirnos en nuestro hogar, para lo que concluimos que necesitaríamos un Home Theatre y un plasma para ver “Duro de Matar” en sus versiones 1, 2, 3 y 4, films donde –algo tangencialmente- se trata el tema de la constitucionalidad de la labor de la Policía en la primera Democracia del Mundo. Lamentablemente, Sr. Director, y esto habla a las claras del precario estado de nuestras instituciones, nos quisieron cobrar la suma de $21.050, suma aún más confiscatoria que la anterior. A pesar de –luego de que mi mujer insistiera en que “no puede ser, sos un infeliz, un poca cosa, deciles algo, menos mal que no tuvimos hijos, y pensar que yo me fui de lo de papá para vivir con vos, hacete respetar, viene cualquiera y te trata de felpudo, eso es lo que pasa”- discutir en forma civilizada para hacer valer nuestros derechos constitucionales, citando artículos de nuestra Ley Fundamental y conferencias de los constitucionalistas más prestigiados del país con uno de los encargados de Seguridad, no tuvimos más remedio que declararnos en rebeldía y llevarnos los aparatos gritando y aullando y pateando cosas; porque ese parece ser el único modo de que en esta Argentina del patoterismo y el autoritarismo se respeten nuestros derechos.

Pero aquí no terminan nuestras penurias, Sr. Director; llegando a casa, y pensando que necesitaríamos algo de efectivo para encargar algún aperitivo, pasamos por el Banco y exigimos se nos regalen $130.000 en efectivo y en billetes de baja denominación, lo que fue desestimado por los cajeros del Banco con unos modos muy patoteriles, dignos del Dr. Moreno. ¡Yo no podía dar crédito a mis oídos, Sr. Director! La confiscatoriedad de este acto –concretamente nos estaban confiscando $130.000; haga cuentas, Sr. Director- nos sacó tanto de las casillas –“Deciles algo, no puede ser, te pasan por encima, sos un felpudo humano, por qué no acepté la relación incestuosa que me propuso papá, soy una tarada (llanto)”- que doblamos la cifra a exigir: $260.000, la que también nos fue negada confiscatoriamente y aparte peor, porque ¡en menos de cinco minutos! nos estaban confiscando el doble.

Tomando la constitucionalidad en nuestras manos y percibiendo cómo se enviaba guardias armados para reprimir nuestros derechos, despedazamos y arrasamos aullando, gritando y lanzando fuego por las narices e invocando a Dioses Primigenios y Oscuros a la totalidad del personal del Banco y a algunos clientes que habían adoptado la neutralidad, para luego retirarnos con la cifra solicitada, ni un centavo más ni un centavo menos, Sr. Director.

Pero el colmo fue cuando llegamos a nuestro dúplex de la calle Donado, donde nos cruzamos con nuestro vecino el Ing. Zubizarreta, que me pareció que me miró de una manera medio confiscatoria, así que, harto de tanto abuso le dije “Qué confiscá, qué confiscá, qué só, groso só, só pesado só, só confiscatorio só, a ver, confiscate esta, ius” y le confisqué yo –a veces los ciudadanos tenemos que reaccionar, Sr. Director- cuatro dientes de una trompada.

¿Hasta cuándo los ciudadanos de esta Argentina de la ilegalidad, del piquete, el patoterismo y la confiscatoriedad vamos a aguantar este tipo de medidas rayanas con lo feo, Sr. Director? ¿Hasta cuándo, Sr. Director? Eh, Sr. Director. ¿Qué pasa, Sr. Director, me tiene miedo? ¿Por que no me publicó mi carta, Sr. Director? Ta bien que todavía la estoy escribiendo, pero igual, ¿por qué no la veo en el diario que salió hoy? ¿A vos te pagan por no publicarme mi carta? ¿Qué só, pesado só, só groso só? ¿Eh, Sr. Director?

Confío, Sr. Director, que te voy a romper la cara, Sr. Director, cagón, amargo, tomo alto papón, tengo la porra como jilguero, lava táper.

Atte.,
Dr. Arturo Ribeiro Paz



Fuente: http://weblogs.clarin.com/podeti/archives/163042.php

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Respuestas
UNLP
pabloandres Usuario VIP Creado: 06/01/09

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UNLP
Diego_Alberti Premium I Creado: 09/01/09
Jajajajajajaja, tremendo.... Lo más triste, es que algunas cosas hasta me sonaron a hechos que ya sucedieron en este bendito país... ¿No es triste? XD

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